EROSIÓN Y COMPETITIVIDAD
Después de un corto verano nos llegó un invierno que nadie tenía previsto. En una semana de lluvias intensas volvimos a las noticias de siempre: inundaciones, derrumbes y zonas aisladas por el cierre de las vías. Es la rutina de los últimos años -más ricos en agua que en sol – y es, quizás, un anticipo de lo que nos espera en el futuro.
Pero, detrás de todos estos inviernos hay algo más preocupante: la pérdida del suelo agrícola. Los aguaceros son de una magnitud y duración tal, que saturan las laderas de humedad y producen deslizamientos que se llevan lotes enteros. La geografía del Eje Cafetero está llena de esas cicatrices que la maleza maquilla con el tiempo, aunque el daño queda hecho. Menos notorio, pero de igual gravedad, es la pérdida de materia orgánica y de nutrientes arrastrados por las aguas de escorrentía. Es un fenómeno que sólo sienten los campesinos cuando sufren la disminución de sus cosechas.
Según el documento de la Carder “Situación de los Recursos Naturales y el Medio Ambiente en Risaralda-2005”, el 81% del departamento está afectado por erosión superficial o movimientos en masa, lo que se considera de una severidad alta. El documento también cita un estudio sobre la quebrada Dosquebradas en donde se afirma que, en período invernal, el 27% de la cuenca presenta una erosión potencial de 3.5 t /ha/ año. ¿Se imagina usted cuántas toneladas de nuestras tierras terminan cada año en el mar Caribe?
Los culpables de esta situación son los mismos propietarios que no aplican técnicas elementales de manejo de cultivos, los gremios del sector privado que olvidaron las campañas contra la erosión y el Estado que no tiene una política para atacar el problema. Por fortuna el conocimiento para el manejo adecuado de los suelos ya existe. Las escuelas de agriculturas alternativas tienen como principio la protección de ese recurso y buscan incluso mejorar su productividad sin utilizar insumos químicos.
Las fincas no son un patrimonio exclusivo de sus actuales propietarios. Ellos manejan un capital natural que deben preservar para sus hijos y para la sociedad. Estamos en mora de legislar sobre ese tema para prohibir y castigar los usos inadecuados de las tierras de ladera.
Por lo pronto está claro que la ampliación de las temporadas invernales disminuye la rentabilidad de la actividad agrícola. Sabemos que se afecta la producción y se intensifican los ataques de plagas y enfermedades. Que los abonos químicos, usados para remediar la pérdida de fertilidad, son cada vez más caros. Que el deterioro de las vías eleva los costos de transporte. Que las malezas se vuelven incontrolables. Que los deslizamientos internos destruyen partes de los cultivos y de las fincas.
Parece que para algunas regiones el cambio climático significa sequía y que para nosotros significa invierno. Si eso es así, estamos en mora de diseñar políticas claras de mitigación y de adaptación de la región frente a la erosión. Si no lo hacemos, nuestra agricultura nunca será competitiva. ¿Cuál será entonces la suerte de los municipios que dependen de la actividad del campo?
CARLOS ARTURO LOPÉZ ÁNGEL.
Presidente Sociedad de Mejoras Públicas de Marsella